Dentro del panorama social y político, resulta ciertamente difícil encontrar alguna cuestión de gran alcance que logre concitar el consenso. Ni siquiera ha sido factible, por ejemplo, ante un problema tan relevante como el del calentamiento global del planeta. Por eso resulta tan llamativo el caso de la educación financiera, que parece ser acreedora al más unánime de los respaldos, acerca de la necesidad de incrementarla entre los ciudadanos de todos los países del mundo. No en vano, desde hace años, bastante antes de que se vislumbrara la actual crisis financiera internacional, se ha desencadenado, primero de manera sigilosa y más tarde dentro de una auténtica cruzada internacional, una corriente generalizada en tal sentido, bajo el impulso de organismos e instituciones internacionales como la OCDE, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Comisión Europea, a la que se vienen sumando entidades públicas y privadas nacionales, amén de especialistas a título personal.
¿A qué obedece esta tendencia que se percibe como algo imparable en todas las latitudes? En primer término, a la existencia de un diagnóstico, basado en un nutrido cuerpo de evidencias empíricas, que revela el insuficiente grado de conocimiento de la población acerca de las cuestiones económicas y financieras básicas. Así, diversos estudios señalan que, en algunos países, un alto porcentaje de personas desconoce el significado real del concepto de inflación, mientras que son muchas las que son incapaces de evaluar las diferencias en términos de costes, rendimientos y condiciones entre las operaciones financieras ofertadas en el mercado.
Además, es particularmente preocupante el hecho de que a menudo se sobrevalora la propia comprensión de los servicios financieros, hasta el punto de que la Comisión Europea ha señalado que el primer paso es sensibilizar a los que «no saben que no saben» de asuntos financieros.
Si bien el problema es de carácter internacional, en España el terreno estaba especialmente abonado para que se agravara, a tenor de la marginación tradicional de los estudios de Economía en la enseñanza primaria y secundaria. Hoy día, el sistema educativo, de forma inexplicable y en abierta contradicción con las declaraciones institucionales, que reconocen su relevancia en la sociedad actual, sigue siendo refractario a las materias económicas y financieras.
Una serie de factores recientes tienden a aumentar la importancia de la educación financiera, tales como la creciente amplitud y la sofisticación de los mercados y productos financieros, que aumentan la vulnerabilidad de los usuarios, o la mayor responsabilidad de los empleados en la preparación de su etapa de jubilación, a raíz de los cambios en los esquemas de previsión social.
El Parlamento Europeo ha subrayado los tres aspectos fundamentales que debe abarcar la educación financiera: adquisición de conocimientos básicos en materia de finanzas, capacitación para utilizar tales conceptos en beneficio propio y ejercicio de una adecuada responsabilidad financiera. En definitiva, la educación financiera debe permitir a los individuos mejorar su comprensión de los conceptos y productos financieros, y adquirir las competencias necesarias para mejorar su cultura financiera, es decir, para ser conscientes de los riesgos y oportunidades, y tomar decisiones con conocimiento de causa a la hora de elegir sus servicios financieros.