La utilización de las distintas categorías de instrumentos financieros

El estudio de los instrumentos financieros suele llevarse a cabo habitualmente a partir de la consideración de las distintas categorías ofertadas en el mercado. Dicho enfoque parece lógico, ante la necesidad de delimitar y diferenciar cada una de ellas. Como contrapunto, cabe, no obstante, constatar el riesgo de que se pierda la perspectiva de las sucesivas fases y procesos que conforman la vida económica de una empresa. En este contexto, puede resultar conveniente que el estudio de los instrumentos financieros arranque con una visión vestibular, que permita disponer de una perspectiva de conjunto, antes de proceder al estudio pormenorizado de cada instrumento financiero.

A esa finalidad responde el contenido de este apartado, cuyo propósito es simplemente esbozar las líneas esenciales en torno a las que podría discurrir ese enfoque, concebido con un carácter introductorio y meramente orientativo, en el que, consiguientemente, la reseña de los aspectos básicos se antepone a una consideración más detallada y minuciosa. Se pretende, en definitiva, proporcionar un primer mapa aproximativo, que precisa, naturalmente, ser ampliado en segunda y ulteriores rondas.

La vida de una empresa requiere, como es bien sabido, completar una serie de fases y procesos, algunos de los cuales tienen lugar una sola vez y otros se repiten con cierta periodicidad.

Pero antes de abordarlos conviene incidir en la naturaleza de la empresa. Como tal, una empresa es una forma de organizar los medios humanos y materiales a fin de participar en el proceso de producción de bienes y servicios. Para poder desempeñar adecuadamente ese papel es fundamental que la empresa sea capaz de generar ingresos estables con los que poder cubrir los costes necesarios para llevar a cabo la actividad, incluida la retribución al capital invertido. Sólo una empresa que pueda generar ingresos suficientes para cubrir todos los costes, como pauta general, podrá subsistir a medio y largo plazo.

Asimismo, hay que partir de la premisa de que, para que una empresa pueda funcionar establemente, necesita contar con unos recursos propios, es decir, que pertenezcan a los propietarios de la empresa y que, por tanto, nadie pueda reclamarlos en un momento dado mientras exista la empresa como tal. Cuanto más elevados sean los recursos propios, mayor autonomía financiera tendrá la empresa y, consecuentemente, menor dependencia de fuentes externas para la aportación de recursos sujetos a una determinada retribución.

A la trascendental cuestión de la viabilidad económica y financiera de una empresa se presta atención en un apartado posterior.

Toda empresa se enfrenta con un problema básico en la vertiente de la financiación, incluso aunque sea rentable y solvente: la existencia de un desfase temporal entre los ingresos que se generan en la actividad y los desembolsos que se requieren para el desarrollo de la misma. Consiguientemente, de manera frecuente, la empresa tendrá necesidad de obtener recursos para poder hacer frente a sus obligaciones y mantener el ritmo de su actividad. En otras ocasiones se encontrará en una situación contraria: dispondrá transitoriamente de recursos excedentes hasta el momento en el que tenga que atender sus obligaciones. En este caso se le presenta la oportunidad de rentabilizar esos fondos.

En uno y otro tipo de situaciones la empresa deberá tener en cuenta algunas cuestiones primordiales:

  • Adecuar el plazo de la devolución de los recursos tomados a crédito al período al que correspondan los gastos a financiar. Por ejemplo, no tendría sentido recurrir a un préstamo a un año para financiar el coste de unas instalaciones con una duración estimada de diez años. De igual manera, no sería lógico pretender solicitar un préstamo a cinco años para atender el pago de las nóminas del mes corriente.
  • Prever la secuencia de las amortizaciones de los créditos y la carga de intereses que lleven aparejada.
  • Adecuar el momento de la recuperación de los fondos invertidos al de su utilización para hacer frente a compromisos. Además, deben preverse los posibles riesgos asociados a la inversión financiera (esencialmente, riesgos de liquidez, de mercado y de crédito).

Normalmente, los instrumentos y los productos financieros no están concebidos para una utilización indiscriminada ante cualquier situación. Están dotados de características distintivas que se adaptan a circunstancias específicas y a propósitos determinados en la vida de una empresa. Así, por ejemplo, las cuentas de crédito son apropiadas para momentos en los que se prevé que va a haber un desfase entre los cobros y los pagos a corto plazo generados por la actividad mercantil. En cambio, para financiar inversiones permanentes es preferible recurrir a préstamos a un plazo adecuado o, alternativamente, a instrumentos  como el leasing o el renting, en función del tipo de bien requerido.

Estos instrumentos suelen utilizarse cuando la empresa ha superado los primeros estadios de la actividad empresarial y se encuentra con un negocio consolidado en el que puedan afrontarse los pagos periódicos con normalidad.

Cuando las inversiones corresponden a bienes inmuebles, lo ideal son los préstamos hipotecarios, ya que el desembolso a realizar es grande, por lo que es aconsejable disponer de un amplio periodo de amortización con unas cuotas asumibles. Son más habituales en etapas de crecimiento empresarial consolidado.

Para financiar el activo corriente suelen utilizarse las cuentas de crédito y las clasificaciones comerciales, mientras que para financiar elementos del activo no corriente se suelen utilizar los préstamos personales y los préstamos hipotecarios. Existen, sin embargo, otros productos que son utilizables a lo largo de toda la vida de la empresa, como pueden ser las clasificaciones comerciales, los avales, etc.

Por lo que respecta a las grandes fases del conjunto de la vida de una empresa, pueden diferenciarse las siguientes:

  • Constitución.
  • Preparación para el inicio de la actividad.
  • Desarrollo de la actividad.
  • Expansión.
  • Venta de la empresa.
  • Disolución de la empresa.

A su vez, el ciclo del negocio típicamente permite distinguir las siguientes fases:

  • Inversiones.
  • Compras corrientes.
  • Retribuciones del personal.
  • Producción.
  • Ventas.
  • Generación y distribución de resultados.

Por otro lado, el propio desarrollo de la actividad normal de la empresa da lugar a la realización de otras actuaciones:

  • Gestión de tesorería.
  • Operaciones accesorias.
  • Cumplimiento de las obligaciones impositivas.
  • Internacionalización de las actividades.

Adicionalmente, la empresa puede verse abocada a otras situaciones más singulares:

  • Concurso de acreedores.
  • Transmisión de la empresa.

A continuación se efectúa un sucinto repaso de los anteriores aspectos y se señalan las principales implicaciones en la vertiente financiera.


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